La última dictadura cívico-militar ocurrida en nuestro país
no puede ser explicada solo con palabras. Disciplinamiento social, represión,
desempleo, torturas, desapariciones, endeudamiento, inflación, concentración de
la riqueza… son términos que describen, pero no alcanzan para transmitir todo
su significado e impacto. Pero si de algo se puede estar seguro, es que su
principal víctima fue el pueblo trabajador. Más específicamente, aquellos que
tuvieron el coraje de organizarse y luchar por una organización social más
justa.
Sin embargo las dictaduras son costosas (casi una cuarta
parte del endeudamiento de la época fue destinado hacia fines represivos), y
también escasamente legítimas. A comienzos de la década de 1980, el gobierno se
tambaleaba. Por un lado, perdía el apoyo de un sector de la clase dominante
que, aunque beneficiado por el disciplinamiento social que venía llevando el
gobierno, comenzaba a verse perjudicado por el modelo económico vigente.
Paralelamente los trabajadores y los jóvenes recuperaban las calles. El punto
cúlmine de esta situación se da con las movilizaciones masivas en todo el país
del 30 de marzo de 1982. En ese momento en que la dictadura, herida de muerte y
plagada de conflictos internos, realiza una jugada desesperada: La Guerra de
Malvinas.
El masivo apoyo a la recuperación de las islas ocupadas por
uno de los mayores imperios que conoció la humanidad, le dio un respiro a un
gobierno cívico-militar que poco interés había demostrado hasta el momento por
la soberanía nacional. Interés que escasamente demostró durante la guerra: en
ningún momento se atinó siquiera a avanzar sobre las estancias de propiedad
inglesa, o los bienes de las compañías británicas; tampoco se interrumpió el
pago de la deuda externa con Gran Bretaña.
Malvinas, una causa sentida por la mayoría del pueblo
argentino, fue utilizada para mantener el gobierno que más daño le a nuestro
pueblo en la historia del país. Fueron también los pobres los que se jugaron la
vida: la mayoría de los combatientes provenían de la clase trabajadora, y sólo
una ínfima parte de los caídos habían nacido en cuna de oro. No fueron pocos
los que luego del escenario bélico, debieron lidiar además con una situación
laboral precaria.
Entonces ¿Por qué Malvinas? Porque es una causa justa
sentida por el pueblo argentino, porque es un ejemplo más de opresión
imperialista no solo sobre nuestro país, sino sobre todo Latinoamérica.
Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos ¿Para quién
las Malvinas? Si hoy fueran argentinas, ¿De quién serían? ¿De todos los
argentinos? No. Serían de una clase social, la misma que es dueña de los
campos, de las fábricas, de las casas, de nuestro tiempo, la que tiene en su
poder todo lo que necesitamos para vivir, la que tiene a la justicia en sus
manos, la que tiene siempre las puertas abiertas de los políticos, la que nunca
va a conocer una cárcel o las miserias de un hospital público. A esta gente
pertenece hoy la Argentina. El resto no somos dueños de nada, o de casi nada.
El resto somos la inmensa mayoría que debe vivir trabajando
más de la cuenta para poder vivir, dormir algunas horas y otra vez al trabajo.
Si algún día recuperamos las islas, debemos ocuparnos de que no sea para los
dueños del país, que correrán a hacer negocios. Las Malvinas deben ser y serán
nuestras, lo mismo debemos hacer con Argentina.
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